August 7, 2019 1000 PM
Reportaje y fotos de MAISIE CROW
Llevo conduciendo entre Marfa y El Paso los dos últimos años trabajando en un documental sobre un grupo de estudiantes de secundaria formado principalmente por mexicanos-americanos de primera generación. He seguido sus pasos a medida que navegan por los altibajos de la adolescencia en una región que se ha convertido en un foco de atención en el debate sobre la inmigración que tiene lugar en nuestro país. Nunca me hubiera imaginado que estaría conduciendo hasta El Paso, el sábado por la tarde, para filmar a estos mismos estudiantes mientras lidiaban con una tragedia que se convertiría en una mancha el verano después de su último año de secundaria.
El sábado por la mañana, a las 10:39 a.m. huso horario de la montaña, un pistolero abrió fuego en una de las más concurridas tiendas Walmart del país, matando al final a 22 personas e hiriendo a muchas más. Estalló el caos a medida que los residentes de El Paso recibían órdenes de ponerse a cubierto y el nombre de usuario en Twitter del Departamento de Policía de El Paso informaba a sus seguidores que había denuncias de múltiples tiradores.
A las 10:48 a.m. huso horario de la montaña, recibí un mensaje de texto preguntándome si estaba en El Paso. Cuando respondí que no, la respuesta fue, “bien, estás a salvo.” Una captura de pantalla de una alerta de emergencia vino a continuación, “Tirador activo en la zona de Cielo Vista. Se pide a todos los residentes de la Ciudad y el Condado de El Paso que se refugien.”
Llegué a El Paso en las primeras horas de la noche ante un vacío inquietante: una quietud que jamás he experimentado en esta ciudad que normalmente vibra. Coches de policía rodeaban la tienda Walmart y había un goteo de periodistas en el Aeropuerto Internacional de El Paso en las últimas llegadas del día.
Aquella noche me senté en el área de montaje para los medios de comunicación al otro lado de la calle, donde hay un restaurant Hooter´s. Descubrí que de momento no sacarían a los fallecidos: los investigadores querían asegurar una escena del crimen rigurosa para la fiscalía. Mi estómago daba vueltas a medida que niños y padres, tías y tíos desesperados llegaban al lugar de los hechos en busca de sus seres queridos. ¿Simplemente no podían contactar con ellos o eran una de las 20 personas que seguía dentro?
Al día siguiente, me reuní con Marisela y su familia mientras repartían agua por las salas de espera de los hospitales locales, un pequeño acto de bondad en un periodo oscuro de desesperación. Este pasado año, había filmado a Marisela y su familia mientras acudían al tribunal de inmigración y había respondido a sus llamadas telefónicas a altas horas de la noche mientras superaba el desamor de un romance en secundaria. Nunca me hubiera imaginado que tendría que filmar a su familia mientras lidiaba con las secuelas de un ataque explícito contra la comunidad latina.
Mientras hacían su último reparto de agua, la madre de Marisela recibió la noticia de que una de las víctimas del tiroteo era compañero de clase de su hijo, Javier Amir Rodríguez. Era estudiante en la escuela de enseñanza secundaria Horizon. Estalló en llanto. Sabía que se trataba de otro obstáculo para todos sus hijos, otro obstáculo que todos tendrían que superar.
El grupo de adolescentes que he estado filmando eran todos estudiantes de la escuela de enseñanza secundaria Horizon. Poco después de descubrir que Javier se encontraba entre los fallecidos, el suministro de mis medios sociales pasó de los reportajes de noticias sobre otro tiroteo en masa a las publicaciones personales que lloraban la pérdida de un miembro de la comunidad.
Aquella noche, escuché mientras otra madre cogía el teléfono: un mensaje del director de la escuela grabado con anterioridad que aseguraba a los padres que sus hijos estarían a salvo si asistían a la escuela el lunes. Observé mientras los estudiantes llegaban a la escuela de enseñanza secundaria Horizon a la mañana siguiente. Fueron recibidos afuera por administradores estoicos, pero no parecían apaciguar la inquietud que se veía en sus ojos.
El lunes por la tarde, fui con otra estudiante que he grabado, Cristina, para recoger a su hermana de la escuela. Esa mañana su hermana tenía miedo de asistir a clases y cuando entró en el coche, el alivio se apoderó de ella: seguía con vida.
Más tarde, acompañé a la familia de Cristina a un velatorio para Javier en el campo de fútbol americano de la escuela de enseñanza secundaria Horizon. Era extraño ver el mismo campo donde había grabado partidos de fútbol americano el año pasado lleno de los medios de comunicación cubriendo el más reciente tiroteo en masa. Nos sentamos con el profesor preferido de Cristina, el Sr. Jiménez. Hace muchos meses, descubrí que sufre de estrés postraumático debido a su época como agente de policía. Su hermano había trabajado en el escenario, en Walmart, unos días antes y ahora su mente repetía las interacciones pasadas con su ex alumno: ¿Había preparado adecuadamente a Javier para un encuentro con un tirador activo? Su respuesta: probablemente no.
Regresé a mi hotel aquella noche y lloré. Fue la primera vez que lloré desde que tuvo lugar el tiroteo. Fue la primera vez que tuve el espacio para procesar lo que había experimentado. Todavía no estoy segura de si la lección que aprendí superó la idea de que esto podría pasarle a cada uno de nosotros, y eso es aterrador.
Almorcé ayer con otra estudiante, Kassy, a quien le preocupaba que su ciudad natal, la ciudad que tanto ama, ya no sería recordada por sus atributos sino por un tiroteo en masa cuyo objetivo eran los inmigrantes de un Walmart. Me contó que la mañana del sábado había recibido un mensaje de su tía, que se escondía en la panadería de la tienda Walmart durante el tiroteo. La respuesta de Kassy era enviar mensajes de texto a todas las personas que pensaba podrían estar cerca de la tienda Walmart, incluyéndome a mí. Quería que supieran que había un tirador activo y que se pusieran a cubierto. Le daba la sensación de tener el control en un momento de caos.
Traducción de MIRIAM HALPERN CARDONA