October 16, 2019 830 PM
El Big Bend se presta a mitos y leyendas. Los comanches atacaron y eliminaron a los apaches. Los bandidos fueron una amenaza constante por todo el Río Bravo. Los comanches atacaron a los primeros colonos blancos y mexicanos. El Big Bend era tan violento que a menudo era llamado por otros texanos “El Sangriento Bend.” Se pueden encontrar pequeños cementerios por toda la región, pero uno de los más interesantes es el cementerio de Terlingua, ubicado en nuestra periferia a 80 millas al sur.
Cuando me mudé por primera vez al Big Bend en 1997, a la gente le parecía raro que, aunque era “legalmente ciego” y usaba un bastón blanco para desplazarme, constantemente tomaba fotografías. “Tienes que ir al Cementerio de Terlingua,” me dijeron. “Es la cuarta cosa más fotografiada en el Oeste de Texas.”
Sabía que ningún texano admitiría tener la segunda o tercera cosa mejor, por lo que la “cuarta mejor” jamás sería impugnada y también descubrí que era un lugar fascinante para fotografiar. Estaba acostumbrado a los cementerios históricos bien ordenados y cuidados del Este. El cementerio de Terlingua era el campo santo más desorganizado que jamás había visto. Con más de 100 años de antigüedad, parecía que la gente era enterrada allí donde caían, y estaba cubierto de plantas del desierto. En aquel entonces, no me di cuenta de que había un evento anual de limpieza.
Ubicado al lado del Pueblo Fantasma de Bill Ivey y la Terlingua Trading Company, forma parte de una tradición comunitaria que empezó hace más de veinticinco años con una historia que da miedo. Bill y Lisa Ivey iniciaron un ritual que se ha convertido en una celebración comunitaria el Día de los Muertos. Se esperan centenares de personas para el evento de este año, el 2 de noviembre. “Decidimos llevar al cementerio algunos tarros viejos y desechados y los restos de velas y distribuir las velas encendidas entre las tumbas,” explica Ivey. “El día se oscureció y se enfrió a medida que pasaba un frente frío. Solo nos quedaban unas cuantas cerillas, así que decidí que volveríamos después de la última cerilla. Tras encender la última vela con la última cerilla, dimos la vuelta para regresar y me agaché para recoger algo. De uno de los tarros, supuestamente vacíos, cayó al suelo un librito nuevo de cerillas. En la portada del librito de cerillas había las palabras `Su anfitrión le da las gracias.´ Cogimos las cerillas y encendimos las demás velas. Desde entonces, regresamos cada año,” dice Bill.
“Cualquiera que desee tomar parte en la limpieza puede venir al cementerio con sus herramientas de jardinería a cualquier hora durante el día.” A última hora de la tarde o a primera hora de la noche, Bill proporciona tamales, tarros y velas. La gente puede traer las bebidas que prefieran.
Por lo general, evito las bodas y los funerales pero sí asistí al funeral de la Señora del Burro en invierno del 2007. Fue un hermoso día soleado y más de 50 personas se quedaron de pie alrededor de una tumba recién excavada contando historias acerca de la mujer que conocieron durante más de 25 años. La reunión se parecía a una escena de un viejo plató de una película del oeste ambientada en la década de 1880. Las mujeres llevaban vestidos de tallo recto que llegaban a sus tobillos o vaqueros descoloridos y botas vaqueras. Bill Ivey llevó un chaleco negro desabrochado encima de una camisa blanca y tejanos negros. Podría haber pasado por un predicador dirigiendo un funeral. Todo el mundo presente tenía una historia que contar de sus encuentros y muchos ni siquiera la conocían como Judy Magers, sino solo como la Señora del Burro.
En 1982, Bill Ivey administraba el Lajitas Trading Post. Fue cuando llegó Judy. Estaba sola y no hablaba. “Tardó 45 minutos en encontrar el valor para pedirme los comestibles que quería,” recuerda Ivey. “Cuando vino por primera vez, no hablaba con nadie. De unos 5 pies y 3 pulgadas, Judy era tan delgada como un poste y casi siempre llevaba grandes gafas oscuras y un sombrero.” Unos años después de llegar a Terlingua, compró un burro y comenzó a vagar por las carreteras y caminos del Big Bend.
Aunque hablaba ocasionalmente con sus amigos acerca de animales o sillas de montar, rechazaba casi la mayoría de las conversaciones e ignoraba a los extraños y las preguntas acerca de quién era o de dónde procedía. Viajó por un camino singular por razones que solo ella conocía y los secretos que tenía siguieron siendo secretos.
Al igual que cualquier mito, siempre abundan las preguntas. ¿Era –como se rumoreaba– una heredera a quien le estafaron su fortuna? ¿O una amante despechada? ¿O había involucrado un niño? Nadie tiene las respuestas y probablemente nadie las tendrá.
El cementerio de Terlingua nunca ha tenido un fantasma, por así decirlo. Mi candidata para el puesto es la Señora del Burro porque, al igual que el Big Bend, fue un enigma que jamás será aclarado.
Traducción de MIRIAM HALPERN CARDONA